Cuenta la leyenda que un dragón despiadado y malvado, con hambre para comerse todo un pueblo, se acercó a las fronteras de Montblanc amenazando a todos sus habitantes. Acabó con ovejas, cabras, conejos y gallinas. Después empezó a comerse los burros y los caballos. Cuando hubo terminado con las existencias, amenazó al Rey del pueblo. "Me váis a dar una persona cada día, un hijo o hija de vuestro pueblo, hasta que me harte. Si no hacéis lo que digo, quemaré vuestro pueblo y vuestras casas con el fuego que sale de mi boca".
El Rey, asustado, accedió a su promesa, pensando que el Dragón nunca se iba a comer a su hija. Pero ese día llegó. El sorteo, por mala fortuna, señaló a la princesa y su padre tuvo un gran disgusto. Pidió y rogó al pueblo que indultaran a su hija, pero sus llantos no ablandarons los corazones de los habitantes. El Rey la acompañó hasta el bosque y se la entregó al Dragón.
Cuando el Dragón abría sus grandes fauces para zamparse la pequeña princesa, un caballero montado en un purasangre negro, de pelo brillante, apareció entre las ramas espesas, galopando con una lanza en una mano y las riendas en la otra. Se acercó cuánto pudo al Dragon y le clavó su arma tan hondo como le fue posible, justo en el corazón de la bestia. Así caía derrotado, rendido y muerto, a los pies de la princesa y del caballero, Sant Jordi.
De la sangre del dragón surgió una rosa que el caballero entregó a la princesa en símbolo de su amor y la pasión que les unió, por siempre jamás, entre esas murallas de Montblanc.
El Rey, asustado, accedió a su promesa, pensando que el Dragón nunca se iba a comer a su hija. Pero ese día llegó. El sorteo, por mala fortuna, señaló a la princesa y su padre tuvo un gran disgusto. Pidió y rogó al pueblo que indultaran a su hija, pero sus llantos no ablandarons los corazones de los habitantes. El Rey la acompañó hasta el bosque y se la entregó al Dragón.
Cuando el Dragón abría sus grandes fauces para zamparse la pequeña princesa, un caballero montado en un purasangre negro, de pelo brillante, apareció entre las ramas espesas, galopando con una lanza en una mano y las riendas en la otra. Se acercó cuánto pudo al Dragon y le clavó su arma tan hondo como le fue posible, justo en el corazón de la bestia. Así caía derrotado, rendido y muerto, a los pies de la princesa y del caballero, Sant Jordi.
De la sangre del dragón surgió una rosa que el caballero entregó a la princesa en símbolo de su amor y la pasión que les unió, por siempre jamás, entre esas murallas de Montblanc.
Feliç dia de Sant Jordi a tots aquells que viviu enamorats d'algú o d'alguna cosa.
