16 de juliol, 2010

Un día cualquiera

Ella vuelve de su trabajo. Como cada día coge el metro en Amistat, y recorre un tramo de la línea 5. Baja en Jesús para hacer trasbordo y coger ahora la amarilla. Coincide de nuevo con él, que también ha acabado su jornada laboral. Ella se sienta. Él permanece de pie, en el pasillo lleno de gente. Valencia en hora punta suele ser agobiante, pero en esos instantes él aprovecha para, delicadamente, apoyar su miembro en el hombro de ella. Con el traqueteo del vagón, parece casi un descuido al que los dos acceden. Ella lo mira por el rabillo del ojo. Está excitado. Pero él no la mira. Casi nunca lo hace. 5 paradas después, en Paiporta, ella se pone en pie y se dirige a una de las salidas. Él deja pasar a dos o tres personas antes de bajarse del vagón. Escaleras mecánicas y, de nuevo, un leve roce. Esta vez la mano de él se cuela bajo la falda de ella, una casi imperceptible caricia que le permite adivinar que hoy no lleva puestas braguitas. Ella acelera el paso. Tiene prisa por llegar a casa. En el portal ella respira, jadeando, después de haber caminado tres travesías a toda hostia. Abre la puerta y él se apresura a entrar. Suben al ascensor. Salen al rellano, ella abre la puerta de casa y entran los dos. Él deja el maletín de piel negra, viejo y desgastado, encima de la cajonera del recibidor.
-Miguel, firma las notas del niño, que mañana las tiene que llevar al colegio.




A les nits tinc idees, i sovint les escric, sense saber si algú les llegirà, o quedaran arxivades, com tantes d'altres, en aquest blog...